Clásicamente, el diagnóstico de narcolepsia requería la
presencia de la tétrada narcoléptica, formada por:
- Excesiva somnolencia diurna
- Cataplejía
- Alucinaciones hipnagógicas y/o hipnopómpicas
- Parálisis del sueño
Los últimos tres síntomas son manifestaciones de una
regulación anómala del sueño REM que es inherente al síndrome.
En la narcolepsia, el orden y longitud de los periodos de
sueño NREM y REM están perturbados, con el sueño REM ocurriendo al inicio del
sueño en lugar de que sea después de un periodo NREM. Por ende, la narcolepsia
es un desorden en el que el sueño REM ocurre en momentos anormales. Además,
algunos de los aspectos de sueño REM que normalmente ocurren sólo durante el
sueño (falta de control muscular, parálisis de sueño, y sueños vívidos) ocurren
en otros momentos en las personas con narcolepsia. Por ejemplo, la falta de
control muscular ocurriría durante el estado de alerta en un episodio
catapléjico. Los sueños vívidos ocurrirían mientras se comienza a dormir o al
despertar. En la narcolepsia, el cerebro no pasa por fases normales
de somnolencia y sueño profundo sino que se va directamente (y sale de) sueño
REM. Esto lleva aparejadas varias consecuencias: El sueño nocturno no incluye suficiente sueño profundo,
así que el cerebro trata de compensar ese déficit durante el día. Los
narcolépticos caen rápidamente en lo que parece un sueño muy profundo. Despiertan
súbitamente y se pueden encontrar desorientados. Tienen sueños muy vívidos, que
comúnmente recuerdan.
Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Narcolepsia
Historia de Vida
Conversaciones con la “Bella durmiente”
Autor: Ricardo Mastandueno, Daniel Flichtentrei; IntraMed
Brenda lucha para mantenerse despierta, por ganarle al
sueño implacable que la acecha. Enfrenta el desconcierto de la medicina ante un
diagnóstico en el que se piensa muy poco: narcolepsia.
Brenda tiene un lunar en la mejilla y una frondosa
cabellera negra que llueve sobre sus hombros. Nos encontramos una mañana bajo
el sol tibio de otoño. A través de la ventana se veían un cielo luminoso y un
gato gris trepando por la pared del vecino. Sentados sobre un sofá, casi al
nivel del piso, conversamos durante un par de horas. A sus jóvenes veintisiete
años carga con una larga historia de sueño incontrolable y despertares
tormentosos. “No sé muy bien por dónde empezar”, nos dice. “A veces se me
mezclan las cosas o no recuerdo qué fue primero y qué después”. Pero empieza, y
no se equivoca. Recuerda paso a paso cada momento de su vida de “Bella
Durmiente”.
Sin saberlo, sin diagnóstico, sin entender lo que le
sucedía, Brenda luchó contra los molinos de viento. Contra su propio cuerpo,
contra la obstinada incomprensión de los profesionales a los que consultó. Solo
muchos años más tarde, cuando tenía veinticinco, encontró una palabra que
nombraba su padecimiento: narcolepsia.
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