Por
Daniel H. Cabrera
Universidad
de Zaragoza

La
sociedad hipercomunicada en la que vivimos puede definirse, siguiendo a Walter
Benjamin, como la época del sueño como fenómeno colectivo (cfr. Benjamin 2005).
No se trata sólo de que el “sueño impregna la vida de una cultura como las
fantasías de la noche dominan la mente del que duerme” (Mumford 1998). La
sociedad vive una ensoñación cuyas imágenes y símbolos son diseñados y
producidos en y a través del sistema de comunicación social.
El
tiempo de la producción industrial de las metáforas, imágenes y ficciones es el
tiempo del sueño colectivo, el que parece tan vívido -con tal fuerza afectiva-
que no puede distinguirse de la “realidad”. En la cultura contemporánea, la
oposición “sueño” [social]/“realidad” [social] parece tener límites muy difusos
e incluso, se podría decir, no necesariamente marcados por una censura
prohibitiva o coercitiva sino, sobre todo, por una “censura” estimuladora,
seductora y productora.
Estamos
en la era de la proliferación al infinito de la fantasía colectiva a través de
una multiplicidad de obras “creativas”: publicidad, cine, periodismo, diseño,
artes, arquitectura, marketing, juegos interactivos, etc. Los productos
culturales, en tanto forman un sistema cultural, son mucho más que simples
objetos. Un halo los envuelve y sólo por esa aureola siguen vivos en la vida
social. Los aparatos neotecnológicos se mantienen vivos en la sociedad a causa
de su realidad simbólica y no por su funcionalidad o su utilidad. Su
pertenencia al mundo de las creencias y esperanzas colectivas hace de las
nuevas tecnologías lo que la sociedad cree que son.
Vivimos
en la época de la producción sistemática del sueño colectivo a través de un
saber y una técnica específica, el marketing –en el sentido amplio ya
destacado-. Los individuos de las sociedades modernas creen, esperan, imaginan
y sueñan asistidos en su producción social y sistemática de imágenes, en y a
través de la comunicación. Y ese hacer creer, esperar, imaginar y soñar acaba
creando el hacer de los individuos y de la sociedad.
Interpretar
este modo de ser de la comunicación y de la sociedad contemporánea exige
comprender la ensoñación colectiva desde un onirismo sin reducir el imaginario
social a representaciones ideacionales ni a ideas de un determinado grupo
dominante. No sólo se trata de representaciones sino también de afectos, deseos
y emociones. No sólo son ideas sino también imágenes, símbolos y arquetipos. No
sólo los produce un grupo dominante, hay también negociación simbólica. No sólo
hay imposiciones violentas sino persuasión, seducción y fascinación. El
imaginario social tiene una dimensión radical, irreductible e inagotable cuyo
constante fluir no puede reducirse a producciones culturales y sociales
concretas.
La
hipótesis del imaginario –de la capacidad humana de creación- supone a un sujeto
sólo parcialmente dueño de sus acciones. Un sujeto productor de sus
ensoñaciones y un sujeto-sujetado al incesante fluir desfuncionalizado de su
imaginación. Imaginario y ensoñación suponen un sujeto y una humanidad
instalada en el límite entre el automatismo y la autonomía. La vida humana es
una batalla nunca definitiva entre el yo y lo/s otro/s; entre el hablar y el
ser dicho; entre actuar y ser actuado; en definitiva: entre imaginar y soñar o
ser imaginado y soñado. La ensoñación es ese terreno liminal que, como el
amanecer y el atardecer, no se decide entre la conciencia y lo no consciente.
La ensoñación es la matriz de las experiencias de los sujetos en relación con
las nuevas tecnologías. Una matriz que nos permite explorar algunos de los
contenidos de los sueño del sistema neotecnológico.
Fuente: http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num6/subjetividad-cabrera-nuevas-tecnologias-sujeto-comunicacion.php
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